El otro día casi me saltan al cuello cuando afirmé que las películas de Crepúsculo son para quinceañeras y gays. ¿Cómo se convence a alguien de cerca de dos metros de altura, 120 kilos de peso, con propensión a ponerse nervioso y algo violento cuando le llevan la contraria y convencido de ser el tio más macho y con más cojones desde el caballo de Espartero de que el público objetivo de esa película es, REALMENTE, las niñas de quince años?
Reculé como pude y, en un cambio radical de opinión, afirmé sin pudor que sí, que Crepúsculo es una película para treintañeros que saben lo que quieren y con las ideas muy claras, de muy buen gusto y mejor rodada. Mal para mi integridad moral. Bien para mi integridad física.
He soñado que salía a pasear por la noche por un parque cercano a casa y me encontraba viejos amigos de la juventud. Les saludaba, andaba con ellos y me iban contando en breves frases que había sido de su vida. Todo eran sonrisas y "A ver si nos llamamos más", como si en vez de 5 años hiciese solo un par de meses que no los viese.
Pasado el parque había un desierto rojo, desolado, marciano con unas extrañas naves industriales al fondo hacia el que nos dirigíamos.
"Y lo más importante de todo, su masa lleva un ingrediente secreto que te hace ser mejor persona. Por eso, no te guardaré rencor."
Para que luego digan que hacer publicidad es caro.
El cable de del ventilador cruza mi habitación. Cada vez que quiero entrar y salir, debo saltarlo por encima para no darme una hostia. El esfuerzo de agacharme y quitarlo es ligeramente superior al esfuerzo de cada vez que lo salto. Probablemente hasta que no me caiga no lo quite. Camino voy de ello: ya me he tropezado dos veces.