fettuchini, el amargado.

Sueños ridículos.

Mis sueños por lo general son de lo más cinematográfico. Por muy raros que empiecen siempre terminan pareciéndose al final a cualquier película barata de terror que no daría miedo ni a mi abuela.

El tema más recurrente es el de los zombies. Mis sueños están plagados de zombies y más zombies. ¡Zombies de todos los tamaños y colores! Caramba, zombies para todos los gustos, de los lentos, de los rápidos, de los medio-podridos, de los inteligentes, de los que muerden y de los que van con armas (¿?). Es como el jodido anuncio de la coca-cola pero con zombies.

Todos estos sueños con zombies terminan tarde o temprano por convertirse en un remake de Dawn of the dead. La de George Romero. Y como en toda película de Romero, al final los zombies terminan entrado y yo termino refugiándome en algún altillo o volando en un helicóptero con poco combustible camino a ninguna parte después de una última batalla campal en la que los pocos humanos que quedan son derrotados y devorados como jamones puestos a secar.

Todo muy repetitivo, la verdad. A lo primero estos sueños me inquietaban pero desde hace ya tiempo me aburren soberanamente.

De un tiempo a esta parte, con la paliza que me estoy dando de leer comics de Marvel descargados parece que se está alterando el patrón. Ayer soñé que Doc Samson, el psicólogo de Hulk, me perseguía para darme una paliza. Y el otro día los zombies... iban en mallas de colorines ajustadas y tenían superpoderes. Vamos, toda una nota de frescura en medio del aburrimiento pesadillesco en el que estaba.

Pero mi sueño favorito fue el que tuve el otro día: los zombies eran todos funcionarios. "Así me gusta", pensé, "pesadillas con crítica social, menuda innovación". Cuando un zombie funcionario te mordía te convertía en uno de ellos. Como en la vida real, vamos. Como os imaginareis, me dejé morder.

Y es que la vida está muy achuchada como para rechazar una plaza de funcionario. Que en el proceso te conviertas en zombie no es más que una pequeña contrariedad. Lo que haga falta por entrar en la función pública.